Escrito por: Pierre



Susana no es su verdadero nombre. Lo utilizaré para proteger su vida privada.

Así fue mi primer encuentro con ella.

Un día, consultando el tablón de anuncios de un sitio especializado, encontré el anuncio de una joven mujer que expresaba un ardiente deseo de ser azotada. Mi primer reflejo fue de no creermelo y de sospechar un fraude (en el pasado fuí engañado varias veces por anuncios de este tipo). A pesar de todo contesté, sin mucha convicción. Era un sábado por la noche.

El domingo por la mañana consulté mi buzón de correo, y ví que aquella misteriosa señorita me había contestado. En los días siguientes intercambié con ella varios e-mails en los que expusimos nuestros gustos respectivos en materia de azotes. Transcurrido un cierto tiempo nos citamos en un "chat". Fue en el transcurso de esa primera cita virtual cuando me dí cuenta que Susana parecía tener mucha prisa en concretizar su viejo deseo de recibir una buena azotaina. Tanta impaciencia me sorprendió. Quise comprobar hasta que punto estaba dispuesta a ir y le propuse una cita real para el mismo día. Inmediatamente, contestó que sí. Es más: insistió en venir directamente a mi casa.

Y unas horas mas tarde, me encontré con esa chica que no conocía en absoluto y que venía a mí sin manifestar ningún tipo de timidez para ser azotada por vez primera.

Tenía unos treinta años, era morena con pelo corto y bajita. Enseguida me indicó que prefería la posición clásica, tumbada a través de mis muslos. No me dí prisa. Le bajé lentamente sus pantalones cortos y la sentí estremecerse. La tumbé sobre mis rodillas y comenzé a pegarla. No conocía sus limites y empezé propinandole muy ligeros manotazos, por encima de sus bragas. Su reacción fue de lo más sorprendente: se echó a reir.

Un poco turbado le pregunté lo que le pasaba. Ella me dijo: "mira, que yo quiero una azotaina de verdad".

No podía negarme y aumenté la dosis. Entonces sentí que empezaba a pasarselo bomba mientras mi mano se abatía repetidamente y con violencia sobre sus nalgas. Al mismo tiempo comprendí porqué, durante nuestros intercambios por internet, ella me había preguntado si yo era un hombre de fuerte complexión: a ella le gustaba moverse como una furia durante los azotes, patalear e intentar por todos los modos escapar al castigo. Yo necesitaba emplear mucha fuerza y energía para retenerla, volver a posicionarla sobre mis muslos y seguir aplicando los azotes sobre ese bonito trasero que se ofrecía a mí. Aquel día fue el inicio de una larga relación.

Entre las sesiones, solemos encontrarnos en los "chats" de internet. Entonces nos abandonamos totalmente y nuestra imaginación funciona a pleno rendimiento. Le propongo varios escenarios. Y ella me pregunta cosas como: "¿me vas a castigar por eso?" o bien "¿me vas a bajar las bragas?". Vivimos en dos barrios bastante cercanos y muchas veces, sólo la hora tardia impide a Susana venir inmediatamente a mi casa para recibir la azotaina que le prometo.

Me gusta verla llegar a mi casa para una sesión de azotes, cuando sube el último tramo de la escalera por la cual se accede a mi humilde vivienda. Cuando me ve empieza a sonreir y cuando entra, nos besamos. Deposita su abrigo y su bolso en el vestíbulo y viene a sentarse conmigo en el sofá. Lo primero que hacemos es charlar, concretar el escenario de la sesión. Ella siempre expresa muy bien sus deseos y sus preferencias para la azotaina que se aproxima.

A ella le gusta que yo sea autoritario, que la arrastre por fuerza hasta la habitación mientras la regaño. Después de la azotaina la mando cara a la pared, con el pompis desnudo, durante cierto tiempo. Y cuidado con sus nalgas si cambia de postura. Pero como lo habréis adivinado suele cambiar de postura con mucha frecuencia y me veo obligado a azotarla de nuevo.

Al principio solo la azotaba con la mano, pero no hemos tardado en probar con los instrumentos. Ultimamente Susana ha recibido una azotaina con un cinturón doblado por la mitad. Pero lo que a ella le encanta es la palmeta de cuero. Suelo empezar la sesión por un calentamiento con la mano, para después seguir con el cinturón y acabar con la palmeta.

Susana es insaciable. Siempre pide más. Para colmo de la ironía, suelo ser yo el primero en pedir una pausa. Entonces nos interrumpimos y la mando cara a la pared, con las nalgas enrogecidas y marcadas por el cinturón y la palmeta.

En nuestros juegos, yo soy el padre y ella es mi hija. O yo soy el director del colegio y ella una alumna. El otro día, le mandé por correo electrónico una carta del director a su padre, en la que el profesor se quejaba de su actitud en el colegio. Tuvo que imprimir esa carta y traérsela a su padre (o sea: yo).

Primero la regañé de manera muy dura. Luego la mandé castigada a su habitación. Por fín, me dirijí hacia su cuarto con un paso firme y decidido. Le ordené que se acercase a mi. Me senté sobre la cama y le quité los pantalones. Se resistió un poco ("no... no... no me pegues" murmuró). La tumbé a través de mis muslos y empezé a azotarla.

Mientras la pegaba le recordaba por que razón la castigaba. Tras una serie de quinze manotazos, le bajé las bragas hasta las rodillas. Cuando sintió que le estaba desnudando las nalgas intentó desesperadamente protegerlas con las manos. Yo se lo impedí y proseguí la azotaina con más fuerza hasta que el castigo quedase consumado.

Lo que prefiere Susana es la etapa del desnudamiento de las nalgas. Eso la excita tanto que su sexo se vuelve de repente humedo y caliente. Y durante la azotaina su excitación va creciendo. Hace poco me confesó que si yo hubiese continuado un poquito más ella hubiera alcanzado el orgasmo. Aquel día utilizaba la palmeta de cuero y la pegaba con mucha severidad.

Probamos diversas posturas. Una de nuestras preferidas es cuando ella se pone a gatas encima de la cama. Yo la mantengo con un brazo mientras la azoto con el otro. Ella se comba para recibir el castigo. Después de la azotaina la mando cara a la pared. Al final puede suceder que valla a aplicarla una crema para aliviar sus nalgas enrogecidas. Ella dice lo que quiere y yo se lo hago.

Después de los azotes, Susana suele permitirme algunas caricias sexuales. Viene a recogerse contra mí. Yo le quito el jersey y el sujetador y acaricio sus bellos pechos mientras comentamos el azote que acaba de recibir. Su ojos están que arden, como si ella acabara de vivir una noche de amor. Como podréis imaginar yo me pongo completamente cachondo y me gustaría mantener una relación sexual completa con esa dinámica adepta de los azotes. Pero ella no lo desea. Yo me consuelo diciéndome que ya tengo mucha suerte con lo que tengo. Una persona como Susana no se encuentra facilmente.

Ella pone mucho cuidado en impedir que nuestra relación se desborde del marco de los azotes. Lo que ella desea es conocer a un tío de su edad a quien también le guste practicar la azotaina. Como dice Reggiani en una de sus canciones: bastaría con casí nada, diez años menos, para que te diga que te quiero...

Y eso es todo. Quería compartir con vosotros, adeptos de los azotes, esas sesiones que he vivido con el pleno consentimiento de Susana. Os deseo a todos que encontreis una persona tan sincera, una mujer que no teme hacer de sus fantasías realidades. Ella ha "probado" distintos azotadores. Pero pocos respetaron sus gustos, sus deseos, sus límites. Deseaban hacer lo que ellos querían y punto. Ella no renunció y siguió buscando. Es una mujer determinada, que sabe lo que quiere y como lo quiere.

Señores, si algún día os encontrais con una simpática chica que desea ser azotada, actuad como caballeros. Si no lo haceis, sereis vosotros los perdedores. Sé que Susana leera este texto y se que le excitará. Quiero agradecerla públicamente por permitir que yo viva mi fantasía. Me gusta esa mujer, su espíritu abierto. Con ella puedo hablar de todo.

Lo importante en todo esto es la confianza y el respeto mutuo.


(Muchas gracias de nuevo a La Fessée Classique, a Pierre y a Susana por autorizar la traducción y la publicación de este texto).

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